La distancia de los muertos

Hay cuatro palomas de sangre y cuatro cuervos dolidos,

posados en el regazo de una vieja desdentada

cegada por los rencores de las memorias de los muertos,

que fulguran en los altares de hierro, oro y sombras.

Un puñal de fallidas esmeraldas

que serpentea por las marmóreas lápidas,

desgrana las saetas que adornan setenta madrugadas.

Los niños y los derrumbes

se afanan, jugando enredados en los volantes

de las tristes primaveras,

y las viejas plañideras de cal y añil entonan

los sonsonetes de las cruentas sentencias.

Las cuatro palomas de sangre y los cuatro cuervos dolidos

se miran en los espejos del olvido de los muertos.